Acercándose el 70 aniversario de la Declaración de los Derechos del Hombre de 1948, todavía hay quienes asignan a Eleanor Roosevelt el mérito por la redacción de este documento que probablemente constituya lo más digno y noble de la civilización humana.

Sin negar la importante función cumplida por la ex primera dama estadounidense como primera presidente de la Comisión de Derechos Humanos de la organización de las Naciones Unidas (1947), es importante aclarar que ella no se ocupó de la composición de este documento y que su labor fue más bien política y promocional.

En realidad, quien le dio forma a la Declaración de los Derechos Humanos, aprobada en 1948, fue otro miembro de la comisión, el jurista canadiense John Humphrey, quien trabajó arduamente a lo largo de 1947 y 1948 leyendo la abundancia de propuestas enviadas al organismo para rescatar entre todos los materiales lo más valioso y significativo.

Curiosamente, como detallara Humphrey en sus memorias, publicadas en 1984, casi el 80% del documento finalmente aprobado provino ‘del mejor de los textos’ llegados a la Comisión de Derechos Humanos entre 1945 y 1948, la propuesta hecha en 1945 por la delegación de Panamá y defendida durante tres años en infinidad de foros internacionales por el abogado panameño Ricardo J. Alfaro.

Era una propuesta que la misma Eleonor Roosevelt había intentado torpedear en múltiples ocasiones, de acuerdo con la investigación realizada por Rafael Pérez Jaramillo y plasmada en el libro ‘Idealismo Universal’ (2014).

RUMBO A LA CONFERENCIA

Un recorte de periódico de abril de 1945 da muestra del entusiasmo que embargaba a 13 diplomáticos latinoamericanos que entonces llegaban a San Francisco, California, en un avión de American Airlines para sentar las bases de una nueva organización internacional a la que se le había dado el nombre de ‘Naciones Unidas’.

Escoltados por el subsecretario de estado norteamericano Nelson Rockefeller, y con una clara conciencia de los horrores de la guerra que finalizaba, la mayoría de ellos sentía el encuentro como un momento emocionante.

En las fotografías que acompañan el artículo mencionado, los delegados lucen sonrientes, mientras expresaban a los periodistas sus deseos de que en el foro que se inauguraba pudiera construirse un nuevo orden mundial, basado en la justicia y el respeto mutuo. ‘Llegamos a San Francisco con la esperanza de que este nuevo organismo sirva a los propósitos de la paz, no solo del hemisferio occidental, sino del mundo entero’, declaró uno de los delegados.

Detrás, observaba sonriendo y asintiendo con la cabeza el embajador panameño Ricardo J. Alfaro, preparado y dispuesto a escribir la historia del siglo XX.

RICARDO J. ALFARO

En donde estuviera, ya fuera caminando en las calles de la pequeña ciudad de Panamá, o en encumbradas reuniones en Washington, o París, Alfaro era centro de atención.

El consagrado abogado de 60 años, había sido presidente de la República (1931 – 1932), embajador de Panamá en Estados Unidos (1922-1930 y 1934-1939), negociador de los tratados del Canal, redactor del borrador de la Constitución panameña de 1946.

En los años siguientes, culminaría su larga y exitosa carrera como magistrado en la Corte Internacional de la Haya (1959 – 1964).

Su éxito no radicaba solo en sus vastos conocimientos jurídicos, sino en su exquisito don de gentes, refinado intelecto, tacto, y una innata alegría de vivir que la granjeaban el respeto y la admiración de quienes lo conocían .

Además, cultivaba múltiples aficiones que lo hacían un hombre fascinante: la relojería, la mecánica, la orfebrería, el baile, el teatro… también preparaba los más deliciosos cocteles, que obsequiaba a sus invitados… sabía de vinos, era restaurador.

Pero el tema que estaba más cerca de su corazón era el de los derechos humanos. A su estudio había dedicado larguísimas horas hasta alcanzar un dominio que probablemente ningún otro delegado de la conferencia tenía.

DERECHOS HUMANOS

Entre 1942 y 1944, mientras residía en la ciudad de Washington, Alfaro había formado parte de una comisión de 24 juristas internacionales enfrascados en elaborar una recopilación de ‘derechos y libertades esenciales al hombre’ aplicable a todas las culturas del mundo.

El proyecto era una iniciativa del doctor William Draper Lewis, decano de la Facultad de Leyes de la Universidad de Pensilvania y presidente del American Law Institute, e inspirada en las antiguas tradiciones del derecho anglosajón y francés: la Carta Magna (Inglaterra, 1215), la Carta de Derechos de la Revolución Gloriosa (Inglaterra, 1689), la Carta de Derechos de la Constitución de Estados Unidos (1791) y la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano (Francia, 1789).

Pero lo que quería hacer el llamado ‘Comité de Filadelfia’ era universalizar los derechos, por lo que se había llamado a juristas de una amplia variedad de áreas geográficas y formas de vida. El doctor Alfaro era representante de la ‘cultura hispánica’, junto con el español Julio Alvarez del Vayo.

Durante dos años, el comité se enfrascó en la tarea, hasta producir un importante trabajo de recopilación y síntesis de 18 derechos ‘esenciales’ fácilmente aplicables en todas partes del mundo.

Pese a la profundidad del documento, se le consideró más bien un ejercicio intelectual y copias de éste fueron almacenadas en la biblioteca del American Law Institute y en colecciones privadas, sin que constituyera motivo práctico adicional.

Pero Alfaro no se había olvidado del proyecto. Cuando las grandes potencias del mundo- Estados Unidos, el Reino Unido, la Unión Soviética y China- se reunieron en Dumbarton Oaks, en octubre de 1944, y llamaron a crear una organización internacional dedicada a mantener la paz y la seguridad, Alfaro vio la oportunidad.

PREPARÁNDOSE PARA LA TAREA

En los meses antes de la primera reunión de San Francisco, Alfaro mantuvo conversaciones con colegas latinoamericanos, especialmente los delegados de Cuba, Guillermo Belt; de Chile, Marcial Moral; y de México, Ezequiel Padilla; hasta convencerlos de la necesidad de que la carta constitutiva del organismo incluyera una declaración de ‘derechos humanos’.

Los diplomáticos latinoamericanos acogieron la idea de Alfaro con entusiasmo y aceptaron acuerpar la propuesta ante los más de 850 delegados de 46 naciones que habían aceptado la cita.

El 9 de junio se inició la conferencia, en un ambiente impregnado de idealismo y esperanza, pero no carente de tensiones entre las grandes potencias y los países más pequeños.

Mientras los países subdesarrollados presionaban por hacerse sentir, los grandes movían todos sus recursos para asegurarse el control del organismo y manejar la agenda.

Cuando Alfaro se puso de pie ante el pleno de la Asamblea General para hacer su propuesta ésta fue aplaudida con entusiasmo por los delegados presentes.

Sin embargo, como muchos sospechaban, apremiaban otros intereses, por lo que no se abrió espacio para su discusión, aunque se hizo el compromiso de que sería revisada y analizada en la próxima reunión general del organismo, que se realizaría a principios de 1946, en Ginebra.

El 26 de junio de 1945 culminó la conferencia inaugural en San Francisco en una emocionante ceremonia en la que, uno a uno, los 46 delegados participantes firmaron la Carta de las Naciones Unidas, que daría origen al organismo en el que se cimentaban las más nobles aspiraciones de la humanidad.

La Carta, como diría Ricardo J. Alfaro en múltiples ocasiones, ‘mencionaba siete veces los principios respectivos a los derechos del hombre….’ pero… no se sabía ‘cuáles eran estos derechos a los que se refería’.

En la próxima entrega ofreceremos un recuento de los esfuerzos realizados por Panamá durante los tres años siguientes para que se discutiera su proyecto de derechos humanos.

Fuente: http://laestrella.com.pa/

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