No enseñe a sus hijos a obedecer por obedecer. […]. […] enséñeles […] que nunca deben sentir obligación de obedecer una orden que riña con sus principios morales, aunque sea una orden legal’.

En Antígona, la tragedia de Sófocles, los hermanos Polinices y Eteocles rivalizan por el trono de Tebas, libran una guerra de poder que termina con la muerte de ambos. Asciende Creonte al trono de Tebas y prohíbe que el cuerpo de Polinices sea enterrado, por la supuesta traición de este contra Tebas (Polinices se alió con Argos, ciudad rival de Tebas, para arrebatar el trono a Eteocles). Creonte hizo saber que quien infringiera su orden sería penado con la muerte.

Antígona, hermana de Polinices y Eteocles, se encuentra ante un dilema moral como aquellos para los que no hay mejor fuente que las tragedias griegas. Las leyes de su religión le ordenan dar sepultura a su hermano, pues los helenos creían que el alma de una persona no enterrada, penaba eternamente. Pero si lo entierra como le dicta su conciencia, se enfrentará a su propia muerte. Es el conflicto entre la moral y la ley, tema recurrente en la historia de nuestra civilización occidental. Antígona resuelve el conflicto de la única manera que una persona que se respete a sí misma puede hacerlo: violando la ley humana que riñe con la ley natural.

Mi primer encuentro con esta doctrina del iusnaturalismo no fue, sin embargo, la obra de Sófocles, sino El Principito, de Antoine Saint-Exupéry. En el primer asteroide que visita el Principito en su viaje a la Tierra, se encuentra con un rey peculiar que dice reinar incluso sobre los astros, y que no tolera la desobediencia. El Principito entonces, dudando de tan curiosa pretensión de soberanía, le pide al rey que ordene una puesta de sol, pues le gustaban mucho las puesta de sol, y el rey le responde ‘si yo le diera a un general la orden de volar de flor en flor como una mariposa, o de escribir una tragedia, o de transformarse en ave marina y el general no ejecutase la orden recibida, ¿de quién sería la culpa, mía o de él? – La culpa sería de usted, le respondió el Principito. Exactamente— dijo el rey. Solo hay que pedir a cada uno, lo que cada uno puede dar. La autoridad se apoya antes que nada en la razón. Si ordenas a tu pueblo que se tire al mar, el pueblo hará la revolución. Yo tengo derecho a exigir obediencia, porque mis órdenes son razonables’.

He allí una fundamental lección filosófica. Es elemental, y sin embargo olvidamos de adultos esta lección. Hay normas legales tan claramente inmorales, porque atentan contra la naturaleza y la dignidad humana, que insistir en su cumplimiento es en sí un acto de maldad. Cuando Rosa Parks rehusó ceder su asiento en aquel autobús en Alabama, y fue por ello arrestada, ella hizo lo correcto. Cuando Gandhi promovió la desobediencia civil pacífica en la India como protesta contra la opresión colonial británica, también hizo lo correcto. Ellos y otros valientes infractores de leyes inmorales, son hoy día admirados como héroes de la humanidad, con justa razón.

En cambio, quienes para cometer una injusticia se excusan en que la ley es la ley, sufren eventualmente la condena de la historia. Los que fueron juzgados en Nuremberg por crímenes de guerra cometidos en la Segunda Guerra Mundial, se excusaban en que simplemente aplicaron la ley vigente y obedecieron órdenes. ¿Qué lección aprendemos de esto?

No enseñe a sus hijos a obedecer por obedecer. Enséñeles, sí, que para poder convivir en forma pacífica se requiere el cumplimiento de cierto mínimo de normas establecidas para asegurar el respeto a los derechos ajenos. Pero enséñeles también que esas normas deben cumplir con criterios de necesidad, idoneidad y razonabilidad, y que nunca deben sentir obligación de obedecer una orden que riña con sus principios morales, aunque sea una orden legal.

Volviendo con Antígona, esta sepulta a su hermano y luego se ahorca para evitar la condena de ser enterrada viva. Hemón, su prometido, se suicida al verla muerta. Eurídice, madre de Hemón y esposa de Creonte, se suicida también al ver a su hijo muerto. Creonte, por insistir en una ley que riñe con la razón, ha provocado su propia desgracia de ver muertos a su hijo y esposa. Cierro con frase del difunto juez de la Corte Suprema de Justicia federal de los Estados Unidos, Louis Brandeis: ‘Si queremos respeto a la ley, primero debemos hacer que la ley sea respetable’.

Jaime Raúl Molina
opinion@laestrella.com.pa

ABOGADO

LA ESTRELLA sábado 6 de octubre de 2018

 

Foto: El Principito, de Antoine Saint-Exupéry.

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