Hoy es un día grande, día de gozo y de alegría, día de acción de gracias a Dios, Padre de la misericordia, por las grandes obras que Él a lo largo de estos (111) ciento once años ha realizado en el Instituto Nacional, cuyos orígenes se remontan al nacimiento de la República.


El glorioso Instituto Nacional se crea para dar respuesta a las necesidades apremiantes del Istmo panameño que debía proporcionar una educación de altura a la población, que no contaban prácticamente con centros educativos, a causa del abandono del gobierno colombiano y de la Guerra de los Mil días. La historia reconoce al “Nido de Águila” como la cantera que ha suplido al país de los más cualificados ciudadanos panameños que han desatacado por su excelencia, como
músicos, pintores, escultores, poetas y escritores panameños y presidentes de nuestra República.


Este colegio tiene no solo una larga e interrumpida historia, una de las más amplia y permanente de todas las instituciones educativas de Panamá, sino también una historia muy luminosa queriendo forjar en medio de las vicisitudes siempre, hombres de bien y de futuro. Con un alumnado inquieto por los problemas sociales, con un amplio sentido humanista, se proyecta como algo más que una enseñanza en las aulas de clase, todo el carácter de las generaciones estaba impregnado por el anhelo de la soberanía en todo el territorio nacional.

Un anhelo heredado del amor de la Patria en los barrios, en las comunidades de sus abuelos, que los llevó a querer izar la bandera en la llamada “Zona del Canal”, aquel glorioso 9 de enero de 1964. Gracias a todos los mártires de nuestra gesta patriótica , encabeza por la juventud institutora y acuerpada por el pueblo y las autoridades gubernamentales. Por todo esto y otros acontecimientos más, nos unimos hoy en una gozosa acción de gracias a Dios por la historia tejida por generaciones de institutores, que se formaron en esta “mole del saber”, como se entona en su himno.

Queridos estudiantes y ex alumnos: No cabe duda que todas las épocas de nuestra historia han sido difíciles y hoy no es la excepción; atravesamos por momentos que invitan a la reflexión. Basta con hacer una pausa y observar a nuestro alrededor el inmenso caos poblacional, la excesiva contaminación ambiental, la inseguridad pública que nos acecha, la mega información que nos llega a confundir, los malos hábitos personales, y la falta de visión de hacia dónde queremos llegar.

Todos estos factores de una u otra forma limitan nuestro aprovechamiento estudiantil y por tal son motivo de nuestra atención. Es hora de reaccionar y actuar.


Actualmente el valor que tiene la escuela se ha olvidado; el sano orgullo de su alma mater, se esfumó, los estudiantes que asisten a los centros educativos, lo hacen porque los mandan sus padres; otros por no tener inasistencias en la lista del maestro ó simplemente con el objetivo de terminar “una” carrera y obtener un documento, sin saber a ciencia cierta qué es lo que se estudió y para qué. Hoy es tiempo de despertar de nuestro aletargamiento y de hacernos presentes en todos los ámbitos que en otrora realizaban alumnos y ex alumnos del Glorioso Nido de Águilas. Los estudiante de hoy deben volverse gente de acción, acción que preceda a la palabra y esta al pensamiento.

Ustedes jóvenes estudiantes no son aves de corral domesticadas, son “halcones” que aspiran surcar nuevos cielos para hacerse notar, por lo que distingue a las anteriores generaciones, una actitud digna y de respeto para con ustedes mismos al portar con orgullo su uniforme; por su elocuente expresión verbal, que cautivaba y conquistaba; por su participación política, dinámica e inspirada en contribuir al país; el optimismo, la confianza y la seguridad, que es propio de una juventud que no solo buscaba un proyecto personal de vida sino el proyecto de una mejor nación. Como “Institutores” siguen teniendo el reto y compromiso de ser un estudiante de verdad, no del que ocupa una silla para solo escuchar al maestro; sino el estudiante que busca informarse, enterarse de lo que sucede a su alrededor, para analizar la realidad e interactuar en cada clase aportando y dando su punto de vista. Es el estudiante que se sabe protagonista, que va forjando la llave con que se libera a los pueblos de las cadenas de la ignorancia.


Ser estudiante es hablar con la verdad, mirando de frente a las personas a las que nos dirigimos; es ser respetuosos con nuestros maestros y nuestros padres; es preocuparse por nuestro país y hacer algo por mejorarlo. También es tratar de superar lo que bien hecho está; es buscar siempre un escalón más, aprendiendo a ver luz en la oscuridad, como oportunidades ante los problemas.


Queridos estudiantes, entre ustedes conviven generaciones de institutores que mantienen sus lazos con su “Alma Mater”, que no han podido desconectarse porque ahí aprendieron -entre las contradicciones- a ser personas de bien. Aprovechen y tengan ese diálogo intergeneracional, escuchen y vean en sus ojos la pasión con la que hablan de sus años estudiantiles en el Instituto y tengan una sana envidia para que los impulsen a querer experimentar esa misma pasión -que a pesar de los años- se mantiene viva, para no solo hacer memoria agradecida sino para entregar a los estudiantes de hoy ese ADN que los hizo protagonistas de la historia Patria.


Un alto en el camino. Esta pandemia de alcance mundial, nos ha obligado, por fuerza, a hacer un alto en el camino. Nos ha tocado aislarnos, recluirnos en nuestras casas apartados del mundo, de la sociedad, de los amigos, algunos incluso de la familia; recluidos con el móvil, el ordenador y pendientes a todas horas de las noticias.


Pero caigamos en la cuenta de que también es una ocasión propicia para conocernos a nosotros mismos más a fondo; para repasar la película de nuestra vida y tomar mayor
conciencia de quienes somos y de los caminos por los que discurre nuestra existencia. En la peregrinación de la vida son imprescindibles los espacios de silencio, de recogimiento, de reflexión personal, para conocerse mejor a sí mismo, mirándose al espejo con sinceridad y sin tapujos. En estos días, en los que seguramente dispondremos de más tiempo, será bueno que entremos en nuestro interior, que revisemos la propia vida desde una reflexión sincera que facilite el encuentro con uno mismo y propicie, a su vez, el encuentro con Dios.


Esta actitud ha de durar toda la vida, y no es algo nuevo; conviene recordar que en el frontispicio del templo de Delfos estaba esculpida la exhortación «Conócete a ti
mismo». A lo largo de la historia el ser humano ha buscado la verdad, el sentido de las cosas y sobre todo el sentido de su vida. Encontramos en todas las culturas las preguntas fundamentales sobre el origen y el final de la vida; sobre el mal y la muerte, sobre el más allá, sobre la propia identidad.

Moseñor Ulloa

Es imprescindible el conocimiento de sí mismo para situarse debidamente ante Dios y ante los demás. Por otra parte, cuanto más avanza la persona en su vida de fe, cuanto
más se acerca a Dios y recibe su luz, tanto más se conoce a sí misma, es consciente de su pequeñez y se siente más indigna ante Él. El examen de conciencia, la revisión de vida a la luz de la Palabra de Dios, será de particular utilidad para el conocimiento de sí mismo y para llegar a la verdadera humildad.


Redescubrir a los demás. Estos días recibimos mensajes que nos recuerdan la necesidad de luchar unidos si queremos superar esta crisis. Ojalá aprendamos bien la lección de que el egoísmo y el individualismo no nos llevan a ninguna parte, o mejor dicho, nos pueden llevar al precipicio.


El Papa Francisco nos alerta continuamente sobre esta cuestión. Nuestra vida aquí en la tierra no es definitiva, es una peregrinación hacia la casa del Padre, y el espíritu de
fraternidad es imprescindible. Los compañeros de camino siempre son un apoyo para superar las contrariedades que aparezcan durante el viaje, que será más llevadero si se hace en compañía.


Los seres humanos nos hallamos juntos, existimos juntos. Podemos vivir unos contra otros, o de espaldas a los otros, ignorándonos, o podemos vivir en relación, en apertura; se puede acoger a los otros, ofrecerse, sentirse próximo a ellos, es decir, convivir con los otros.


Ser prójimo, como nos recuerda la parábola del buen samaritano, significa cumplir el mandamiento del amor haciéndose prójimo de los demás, sobre todo de los más
necesitados del camino. Soy hermano de todo aquel que me encuentro, de todo aque que necesita mi ayuda. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en el corazón del cristiano en su peregrinar.


La solidaridad no es un sentimiento de compasión con los más débiles o con la persona necesitada que está junto a mí, es «la determinación firme y perseverante de empeñarse por el bien común; es decir, por el bien de todos y cada uno, para que todos seamos verdaderamente responsables de todos», en palabras de san Juan Pablo II. Quisiera acabar estas reflexiones con un profundo agradecimiento a tantas personas e instituciones que en estos momentos están entregando su vida con total generosidad, cada uno según la misión que le corresponde.


En primer lugar al personal sanitario, que trabaja hasta el límite en una situación de desbordamiento; a las fuerzas de seguridad, que mantienen las infraestructuras en
condiciones y el cumplimiento de las disposiciones gubernamentales; a los responsables y trabajadores de los establecimientos que permanecen abiertos para ayudar a mantener la vida de las familias confinadas; a todos los voluntarios que dedican su tiempo para ayudar a los más necesitados de modo que nadie quede desatendido en esta situación.


Reiteramos nuestro agradecimiento especial a las familias, a los padres que se dedican mantener la llama del amor y la convivencia en los hogares, a las personas ancianas que sufren estos momentos desde la incertidumbre, y en algunos casos desde la soledad, aunque no les falta el afecto de los seres queridos.


Pienso también en las instituciones solidarias, de acción caritativa y social así como las educativas, tanto eclesiales como civiles. Son ejemplo de compromiso solidario y ponéis en valor lo mejor de nuestra humanidad.


Desde la Iglesia cómo no reflexionar en la vida entregada de las personas consagradas, de las comunidades de vida contemplativa, y de los sacerdotes y diáconos, y de los
ministerios laicales que en estos momentos a través de la acción pastoral en las parroquias, hospitales, cementerios, comedores sociales, etc.; cada vez con más limitaciones a nuestro deseo están en primera línea. Han sabido ser creativos.

¡Cuántas eucaristías sin fieles, por el pueblo hemos celebrado y encomendado! Me viene a la memoria la experiencia relatada por el cardenal Van Thuan cuando tenía que celebrar la Misa privado de libertad. En su celda celebraba cada día con los pocos medios que tenía a su disposición ofreciéndola por la salvación de la humanidad. Esta es hoy nuestra trinchera. Y por último pensar en la muerte.


El misterio de la muerte


El Filósofo Manuel Kant decía que: en compensación de la humana miseria el Cielo ha otorgado al hombre tres grandes dones: el sueño, la sonrisa y la esperanza. Pero hay acontecimientos que fulminan estos dones y nos dejan inertes, fríos y sin posible reacción y explicación; uno de estos acontecimientos es la muerte.

Si bien es verdad que hay corrientes dentro de nuestra sociedad que quieren ocultar la enfermedad y la muerte. Aunque el mundo de hoy y nosotros mismos queremos
envolverla en silencio y renunciar a pensar en ella y prepararnos a morir. Aunque vivamos esto, hoy no podemos ocultar este acontecimiento. La muerte es nuestra gran
compañera de camino. Y es que la muerte es el lenguaje universal por excelencia. Todos tengamos una u otra situación, sentimos el grito, la interpelación, la conmoción de la muerte. Ante ella no sentimos inseguros sobre que habrá o quedará después.


Por eso, ¡qué dicha la de los cristianos!, nosotros tenemos el recurso de la fe. Una fe pequeña o grande, una fe resignada o en dura protesta, pero una fe que revela el secreto de nuestra realidad. La muerte no nos deja en el vacío de la nada, la muerte nos lleva a Dios.


Nuestra fe nos dice que aunque dejamos esta vida terrena, vivimos para siempre en Dios, porque Dios no nos creó para morir sino para vivir… Y vive de un modo nuevo al haber sido transformada y resucitada por Cristo y con Cristo. En él se han hecho ya realidad aquellas palabras de Jesús “el que crea en mí aunque haya muerto vivirá”.


Volver la mirada y el corazón a Dios Lo primero que debemos hacer es volver la mirada y el corazón a Dios, y ampararnos
en su misericordia; cambiar nuestra vida, dejarnos convertir por él. Es la actitud propia del tiempo de cuaresma, en el que nos encontramos. La conversión es como nacer de nuevo, es una renovación de las actitudes, de la mentalidad, de los criterios y de los valores.


Es un cambio profundo en la vida, una renovación interior que comporta una nueva orientación general. Significa volver a Dios, reorientar la ruta, la meta de la vida, para que el eje vertebrador sea Cristo, para que Él sea el centro que articula todos los demás elementos: familia, trabajo, aficiones, compromiso político, voluntariado, en definitiva, toda la vida.


Sintiéndose el ser humano tan poderoso, podría caer en la tentación de pensar que ya no hay necesidad de Dios, porque tiene la capacidad de construir todo lo que desee. Pero no olvidemos que esta historia no es nueva, es la historia de la construcción de la torre de Babel, según relata el libro del Génesis (cf. Gen 11, 1-9). Quisieron ocupar el lugar de Dios, y por su soberbia quedaron confundidos y divididos.


El hombre lleva en sí mismo una sed de infinito, una nostalgia de eternidad, una búsqueda de belleza, un deseo de amor, una necesidad de luz y de verdad, que lo
impulsan hacia el Absoluto; lleva en sí mismo el deseo de Dios. Dios es la Realidad misma, con mayúsculas, la Vida misma. El sentido de la vida del hombre es recibir el amor de Dios, conocerlo, creerlo y vivirlo; compartirlo y comunicarlo; amar a Dios con todas las fuerzas y al prójimo como a sí
mismo. En nuestra vida, en nuestras familias, en nuestra sociedad, demos a Dios el lugar que le corresponde, el primer lugar. Unas palabras para la oración.


Finalmente, una llamada a la oración incesante de toda la comunidad. Una oración que nos impulsa a tener la certeza de que nuestra oración diaria especialmente en la celebración de la Eucaristía por todos, en particular por las personas que sufren el contagio de este virus, y afectadas por esta situación; es una fuerza que nos permite mirar esta situación no desde la desesperación sino desde la fe y confianza. Digamos no al miedo. Seamos positivos, valientes pero prudentes y respetuosos. Cada día de más cuenta ya como un día de menos. No perdamos la convicción de que superaremos todo antes de lo previsto.


† JOSÉ DOMINGO ULLOA MENDIETA, O.S.A.
ARZOBISPO METROPOLITANO DE PANAMÁ

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