Por Eugenia Rodríguez Blanco y Nadia de León
El 11 de febrero se conmemora el día internacional de la mujer y la niña en la ciencia, y a propósito de las imágenes inspiradoras de mujeres científicas que serán compartidas para esta fecha en las redes sociales, conviene reflexionar y ponerlas en contexto. Es cierto que las mujeres hacen ciencia y que es importante visibilizarlas, pero no significa que el 11 de febrero sea un día para celebrar la igualdad de género en la ciencia, pues todavía no alcanzamos ni las cifras ni las condiciones de equidad como para celebrar.
A pesar de las evidencias generadas en los últimos años en relación a este contexto en la región y en el país, no existe una toma de conciencia generalizada sobre las condiciones de desigualdad que enfrentan las mujeres en las ciencias. Esta falta de reconocimiento del problema al que nos enfrentamos se manifiesta en el discurso mayoritario que recogemos de una manera general en la opinión pública, pero muy especialmente en la comunidad científica, incluyendo a los tomadores de decisiones en estos campos. Sin conciencia sobre las condiciones de inequidad a las que se enfrentan las mujeres en las ciencias, no serán posibles las acciones transformadoras necesarias y sobre las que deberíamos insistir en un día como este. Como afirmaba la socióloga feminista Dora Barrancos, “Para superar la inequidad, la primera cuestión es percatarnos de que hay inequidad”.
Para seguir ahondando en ello, proponemos problematizar el contexto en el que las mujeres hacen ciencia a partir de tres mitos que queremos desmentir, precisamente haciendo uso de las evidencias científicas generadas sobre el tema, desde una análisis crítico y feminista. Hay tres mitos en torno a la desigualdad en las ciencias, que constituyen una fuerte resistencia a las iniciativas por la igualdad en las que se trabaja con mucho esfuerzo.
Mito # 1: “Ya llegamos”.
Según este primer mito, las mujeres ya logramos la meta; o en el peor de los casos, “nos quedan solo los últimos cinco metros”. El Diagnóstico de género sobre la participación de las mujeres en la ciencia en Panamá mostró la ausencia de las panameñas en ciertos espacios científicos. Se destaca la permanencia de una segregación horizontal: las mujeres y los hombres se encuentran representados de forma desigual en las diversas áreas de la ciencia, manteniéndose en ellas una división “generizada”, donde siguen siendo menos de un cuarto o un tercio las ingenieras o programadoras, por ejemplo. También persiste una segregación vertical, ésta no tan reconocida como la anterior, con una sobrerrepresentación de mujeres en los puestos más bajos de la jerarquía de las ciencias, y de los hombres en los puestos más altos, que gozan de mayor prestigio, valor económico y poder de decisión. Las panameñas en la ciencia pasan pronto a ser minoría en la escalera del avance en sus carreras: aunque son mayoría en las licenciaturas y hay paridad en maestrías, son minoría en los doctorados y van desapareciendo en los niveles más altos del Sistema Nacional de Investigación (SNI) o en la dirección de instituciones. Referirse a estas oportunidades y espacios como “los últimos cinco metros”, minimiza la dimensión de la brecha de género en la toma de decisiones en la ciencia, que, sin embargo, es grande y determinante, a la vez que desestima las desigualdades aún existentes en los lugares o posiciones que sí se ocupan.
Mito #2. “Aquí somos todos iguales”.
El segundo mito sostiene que “ya hay igualdad”, contrastando la situación actual con la de hace unas décadas, cuando la desigualdad era aún más crítica. Este mito se basa en la falta de reconocimiento de las inequidades de género que enfrentan todavía hoy las mujeres para acceder y permanecer en la ciencia. Que actualmente haya más que antes, ¿significa que las inequidades ya no existen? ¿A las mujeres les cuesta lo mismo llegar y permanecer que a sus colegas varones? Sobre ello, Gloria Bonder, experta en la materia, afirma que estamos ante un “espejismo de la igualdad”, llamando la atención a esta falta de problematización y reconocimiento. Se apela al pasado para reconocer el avance y se argumenta la falta de interés de las mujeres en ocupar puestos donde actualmente no están, para explicar la segregación horizontal y vertical.
Siguen siendo explicativas las metáforas del techo de cristal o el suelo pegajoso, usadas en la literatura de género para referir a obstáculos invisibilizados que enfrentan las mujeres para acceder a posiciones altas en la ciencia, la economía o la política. Otra metáfora, la de la tubería con fugas, representa la pérdida de mujeres en el transcurso de sus carreras científicas y permite visibilizar los condicionantes de género (roles, estereotipos y relaciones) que aún están vigentes, y que explican que a las mujeres les cueste más llegar y permanecer que a sus compañeros varones. Entre estos condicionantes están una mayor carga en las responsabilidades de cuidados y del hogar (que en Panamá todavía recae sobre ellas con el doble de horas que los hombres), pero también el acoso y el abuso sexual que tiene lugar en instituciones científicas o académicas, como expresión de la dominación masculina que impera en la ciencia, y que las mujeres científicas se ven obligadas a soportar en el desarrollo de su carrera. Todo ello gace que les cueste más llegar y permanecer; por tanto, la igualdad en la ciencia sigue siendo un espejismo a pesar de que las cifras de participación de las mujeres hayan mejorado.
Mito # 3: “El cambio llega solo”.
Se refiere a la creencia de que las mejoras van sucediendo con el simple pasar del tiempo, como por inercia. Esta percepción apareció como una constante en las entrevistas a líderes y directores de instituciones científicas y académicas recogidas en el Diagnóstico mencionado, así como durante el trabajo de campo que venimos haciendo. Afirmaciones y creencias como, “es casi natural que las mujeres vayan ocupando esos puestos” (en referencia a los cargos altos en las ciencias), se basan en una desconsideración de los condicionantes sociales y de género a los que hemos hecho referencia, como si se tratara de un fenómeno natural, más que social. Refleja también un desconocimiento de la historia, que nos ha enseñado que los cambios sociales en cuanto a inclusión y género no suceden si no son impulsados.
Es otro espejismo considerar que no han tenido lugar acciones concretas que han contribuido a contrarrestar las condiciones de desigualdad mencionadas y que han permitido aumentar el número de mujeres en la ciencia. Sin embargo, destaca la ausencia de políticas públicas entre estas acciones. El contrapeso lo hace casi exclusivamente el rol activo de las propias mujeres para permanecer y avanzar, haciendo frente –a veces solas y en silencio– a los condicionantes de género que limitan o dificultan su participación. En este sentido destaca el papel determinante del apoyo entre mujeres en la sociedad panameña para lograr los avances actuales: las madres, las abuelas, las mentoras o las trabajadoras domésticas. Entre estas cadenas de apoyo reconocemos a las primeras científicas panameñas, referentes a quienes dedicamos un proyecto de investigación desarrollado en el CIEPS y financiado por la SENACYT. Estas pioneras de la ciencia se enfrentaron a un contexto histórico aún más desigual y discriminador, que hoy permanece estructuralmente aunque algunos mitos lleven a pensar que un día como hoy debemos celebrar.
Fuente: CIEPS