El estadista es el ser semilla, el ente fundacional. La gestión de gobierno es de futuro, subordina los intereses personales, dándole prioridad a los nacionales; dirige con mente lúcida y criterio independiente. El estadista es ajeno al clientelismo electoral. Los mejores ciudadanos los selecciona por la competencia profesional y honestidad.

   El político solo tiene ambiciones, considera el erario público como propio, carece de ética y es un malabarista. La desfachatez es la norma y la inmunidad es la ley. El juega vivo es la carta de presentación y la impunidad lo caracteriza.

El político es el ser de las imposturas, sabe mimetizarse como el Maese Pedro del Quijote.

El pathos del héroe idealista conduce a Simón Bolívar a morir en la pobreza, es uno de los hombres más ricos de la América criolla. La fortuna respalda la lucha independentista.

El Buen Ciudadano deja un legado ignorado por los mandatarios y políticos corruptos, los cuales son millonarios con el saqueo de los bienes nacionales. Bolívar, el humanista, en un imaginario fantástico sueña con América al estilo de la Edad Dorada de Cervantes.

Las máximas del Libertador son un arquetipo a seguir:

Los hombres de luces y honrados son los que debieran fijar la opinión pública. El talento sin probidad es un azote.

La mejor política es la rectitud.

Saber y honradez, no dinero es lo que requiere el ejercicio del poder público.

Los hombres públicos están sujetos a la censura de todos los ciudadanos.

La primera de todas las fuerzas es la opinión pública. En todo gobierno democrático se deben consultar y oír a los prudentes.

Quizás el grito de un ciudadano pueda advertir la presencia de un peligro encubierto o desconocido.

El ejercicio de la justicia es el ejercicio de la libertad.

La corrupción de los pueblos nace de la indulgencia de los tribunales y la impunidad de los delitos.

La Hacienda pública no es de quien gobierna.

Una protesta a tiempo destruye el efecto de concesiones simuladas.

El que manda debe oír aunque sean las más duras verdades.

La soberanía del pueblo es la única autoridad legítima de las naciones.

Quienes se creen hombres de estado deben preverlo todo, obrar como tales y probar con resultados que efectivamente son tales como se creen.

No caben en el estadista la improvisación, el fracaso ni la imprevisión.

El modo de hacerse popular y gobernar es el empleo de hombres honrados, aunque sean enemigos.

El sistema de gobierno más perfecto, es el que produce la mayor suma de felicidad posible, de seguridad social y de estabilidad política.

Para formar un legislador se necesita educarlo en una escuela de moral, justicia y leyes.

Nada es tan peligroso como dejar permanecer largo tiempo en un mismo ciudadano el poder.

No puede haber error más grande que la esperanza de una nación dependa de los favores de otra.

Recomiendo en mi libro Los Rostros del Tiempo la lectura del ensayo “Bolívar y sus lecturas” puede adquirirlo en Ribasmith.

Por Ricardo Arturo Ríos Torres

Panamá, septiembre de 2018.

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